Ramose: "Ra es aquel que me da luz"
Ramedsu: "Ra es aquel que le odia".
(Damnatio memoriae: enemigos de Ramsés III le cambian el nombre en dos inscripciones).
Para los antiguos egipcios el nombre era considerado una parte más de la esencia de la persona, a la misma altura que
el ka o el ba. De esta forma, cuando el nombre de alguien era destruído, también se le negaba a esa persona su vida en el Más Allá, condenándola a una especie de muerte eterna. En esta línea, los arqueólogos han encontrado figurillas de execración que representan enemigos en las tumbas, rotas y enterradas: la destrucción del nombre, posición y título de un hombre suponía, mágicamente, la destrucción total de la persona en cuestión.
Así, uno de los mayores castigos que se podían aplicar era la eliminación de las inscripciones con el nombre en monumentos, o cambiando el nombre en algunas bendiciones donde figurara el muerto: lo que los romanos llamaron damnatio memoriae. De esta forma, los textos egipcios que eran escritos a los dioses para asegurar la protección del niño que lograba sobrevivir se podían transformar, en la vida adulta, en peligrosos conjuros malignos.
En el mundo romano este carácter mágico de destrucción absoluta del ser no se encuentra, pero sí tenemos ejemplos de emperadores, como Calígula, Domiciano o Diocleciano, que fueron condenados. Sus nombres fueron retirados, a su muerte, de estatuas, archivos y monedas en circulación. El objetivo era eliminar la imagen de personajes que eran considerados dañinos al pueblo, a partir de la máxima popular actual de "lo que no se nombra, no existe".