Debe ser evidente para todos mis lectores que la larga presencia del mundo romano en la península Ibérica ha dejado su huella: no sólo
usos, costumbres, lenguaje,..., sino también en el panorama arquitectónico de España: los antiguos romanos no fueron, quizá grandes inventores de edilicia, pero sí enormes trabajadores que fueron capaces de asumir como propios técnicas o herramientas constructivas que otros antes que ellos habían usado...
El paisaje español está lleno de kilómetros de
antiguas calzadas,
casas, teatros, anfiteatros, circos, alcantarillado,
termas... Los acueductos son, sin duda, una de las construcciones que más llaman la atención.
Y, una vez más, no me fallaron: hace poco acompañé a un grupo de alumnos de 4º de Secundaria a la ciudad de Segovia, donde todavía se mantiene -y hasta hace no muchos años, incluso en activo- el acueducto de la ciudad (debería decir, más correctamente, el conjunto de arcos principales de la ciudad, ya que el acueducto es toda la conducción de agua, desde el embalse de origen), realizado a finales del s. I; Con una altura máxima de casi 29 metros, todos los bloques se unieron tras un estudiado conjunto de fuerzas, de manera que no hizo falta argamasa que uniera las piedras. El conjunto transportaba agua desde la Fuenfría, a 17 kilómetros de la ciudad, hasta las fuentes principales de la localidad.
Para su construcción, los sillares eran transportados usando rodillos de madera o rampas de madera; si debían estar colocados por encima de la altura de una persona, se elevaban con un sistema de poleas movido por esclavos, y para colocar los más elevados se emplearon andamios y cimbras, sobre las que se encajaban las dovelas de los arcos; los sillares centrales de estos (claves) tienen forma de cuña, y ejercen la presión suficiente como para mantener en pie cada arco. Los agujeros que hoy vemos en los sillares fueron realizados para encajar las tenazas metálicas que los sujetaban y subían hasta su disposición final.
A fin de encajar los sillares, los canteros se desplazaban por la obra, tallando y labrando las caras de las piedras para que encajaran; las marcas de sus picos o de las cuñas de madera humedecida empleadas se pueden observar en las hendiduras que hay entre los sillares.
Sabemos que en la parte superior de la arcada principal había un texto donde se haría referencia al año de construcción, hoy perdido, así como una imagen de Hércules, tradicionalmente considerado el fundador de la ciudad. Hoy hay una imagen de la Virgen de la Fuencisla, a la que la ciudad es muy devota; cuentan que se colocó ahí cuando una niña logró ganar en una apuesta al mismísimo diablo: harta de tener que subir y bajar a por agua, pidió que se construyera algo para facilitarle su labor diaria, y el diablo se ofreció, a cambio de su alma, si conseguía acabar el acueducto antes de que cantara el gallo. Afortunadamente, el gallo terminó de cantar justo antes de que el diablo pusiera la última piedra de la construcción, y es en ese hueco donde se colocó, según la tradición, la imagen de la Virgen.
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