Los antiguos egipcios no recurrían al
médico -
sunu- para curar sus males. O, al menos, no siempre: los magos y los sacerdotes tenían también poderes curativos, que se podían alternar con los médicos. Y estos no lo eran al modo de nuestros actuales médicos de familia, conocedores de un amplio abanico de síntomas y medicamentos aplicables según la dolencia del paciente: en el antiguo Egipto había un médico especializado en cada dolencia o parte del cuerpo, que llegaba a ver reconocida su capacidad cuando era llamado por algún soberano de un reino extranjero. Eso sí: tu médico podía atender a un hombre o mujer, pero también a los animales de la casa.
Sin embargo, sí había una relación muy estrecha entre los médicos y los templos, sobre todo en Heliópolis, Sais y Bubastis, pues su formación se realizaba allí, y en ocasiones, un sacerdote ejercía también la medicina, amparándose en la protección de algún dios o diosa particular para cada acontecimiento traumático (un parto, por ejemplo) o un órgano interno. Egipto desarrolló una rígida jerarquía médica, al modo de la sacerdotal: había un médico jefe, otro insopector, el superior, el de Palacio y un responsable para el Alto Egipto y otro para el Bajo.Un escriba también podía llegar a ser médico, dado que se consideraba que los médicos mejores eran aquellos que eran capaces de leer y escribir y, por tanto, eran capaces de transmitir sus conocimientos y ampliar los propios a través de bibliotecas personales.
El pueblo egipcio era profundamente religioso, por lo que no debe extrañarnos que la presencia de un sacerdote tuviera efectos calmantes sobre el enfermo, procurando después que el uso de medicinas naturales ahuyentara el mal espíritu que había provocado el mal, y haciendo uso de rituales o elementos mágicos para reforzar su poder curativo. Así, los médicos egipcios recetaban con frecuencia aceite de ricino, pero también ungüentos y perfumes hechos a base de variados productos: resinas, grasas de animales, natrón, miel, hinojo, sangre de lagarto, leche materna, melón, cinamonio, zumo de hígado de buey, ajo, anís, comino, mandrágora,...
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