Es costumbre en muchas casas adornar estos días de Navidad con un árbol decorado con bolas, luces y guirnaldas. En otros hogares la costumbre es decorar la casa con un Nacimiento, una representación de la noche del 24 de diciembre en Belén.
Varias son las leyendas e historias que nos hablan de la costumbre de adornar las casas con un árbol. Una de ellas habla del reformador religioso Lutero: impresionado por la belleza del brillo de las estrellas entre las ramas del bosque por el que paseaba, buscó la manera de trasladar esa imagen al interior de su casa, decorando con velas las ramas de un árbol que colocó en su salón.
Otros se remontan al pueblo celta, donde se celebraba en el solsticio de invierno (en el hemisferio Norte, el 22 de diciembre) como el día del nacimiento del dios solar Frey. Se adornaban entonces los árboles de hoja perenne, símbolos de vida por su verdor entre los fríos de la estación, con acebo, hiedra y muérdago, símbolos de protección. Esta idea estaría relacionada con la mitología nórdica, donde el árbol gigante Yggdrasil sostiene al mundo y en sus ramas se encuentran las estellas, el sol y la luna. De esta época podría ser también la costumbre de poner campanitas en las puertas de las casas, para alejar a los malos espíritus, así como piñas y manzanas en el interior, como símbolo de la vida más allá de la muerte y la fertilidad.
Otras historias afirman que el inglés S. Bonifacio (680-760) adaptó esta costumbre celta a la nueva religión cristiana cuando evangelizó los Países Bajos y Alemania, asociando el verdor de los árboles de hoja perenne con el nacimiento de Cristo, decorándolos con manzanas (símbolos del pecado y las tentaciones) y velas (signos de la luz de Cristo).