Y continúa el Club de Lectura del colegio.

No todos los días tiene un profesor en las aulas a una escritora. Y no todas esas veces la escritora resulta ser una antigua alumna...

Así ocurrió el viernes pasado, cuando se reunió por tercera vez en el trimestre el Club de Lectura organizado por algunos alumnos de 3º y 4º de ESO. Respondiendo a una petición mía en las redes sociales, mi antigua alumna Eva Torrecilla quiso -y pudo- compartir con nosotros la tarde; Eva acaba de publicar su segundo libro, una novela policiaca en la que no faltan algunas pinceladas autobiográficas, romance, emoción, misterio y una aventura trepidante que pasa Lola, la protagonista: así es Lacrimosa, la segunda parte de la bilogía iniciada por Hasta que todo arda
Lacrimosa, segunda novela de Eva Torrecilla

Compartimos con Eva la comida y aprovechamos para conocer anécdotas sobre su estancia en el colegio, ya que la curiosidad inicial fue la nota más llamativa del inicio de nuestra reunión. Posteriormente, ella nos comentó algunas de las estrategias que sigue para redactar novelas y relatos cortos y nos contó, como primicia, el tema principal de su tercer libro, que será publicado posiblemente el año que viene. De su mano pudimos escribir un pequeño relato dadaísta, ayudados por algunos de los libros de su biblioteca personal, y compartir con ella nuestra últimas lecturas y recomendaciones mutuas de lectura para las futuras vacaciones de Navidad. 

Algunos de los libros que se compartieron en la última reunión.

El Club de Lectura del colegio es una iniciativa surgida por los propios alumnos del centro y se reúne de forma natural una vez al mes, con el deseo de compartir lecturas y recomendarse libros, aunque se ha previsto ya, a petición de sus miembros, una fiesta final en primavera que, como no podría ser menos, irá acompañada de una excursión... a la Casa del Libro de Madrid. 

  • Podéis conocer más sobre las dos novelas de Eva Torrecilla pinchando aquí. 

Juana de Austria: infanta, reina y jesuita

Fue la quinta hija del emperador Carlos I de España e Isabel de Portugal. Bisnieta de los Reyes Católicos y de los emperadores alemanes. Nieta de los reyes de Portugal. Madre del rey de Portugal Sebastián I y reina del país vecino. 

Juana de Austria (24 de junio de 1535- 7 de septiembre de 1573) estaba en primera línea de la más profunda nobleza peninsular y, por extensión, de media Europa. La esperanza de vida de la época y el nacimiento de su hermano pequeño, Juan, que acabó con la vida de su madre, hizo que, finalmente, de los seis hermanos solos sobrevivieran tres: ella misma, su hermano, el futuro Felipe II, y María, futura reina de Hungría.

De acuerdo con la tradición educativa inaugurada ya por su bisabuela Isabel de Castilla -La Católica-, estudia en la Corte y ya siendo bien pequeña habla con fluidez latín y conocía diversas artes, como la música, y se crió en un ambiente austero, aunque fuera dentro de la Corte. Su relación con sus hermanos, sobre todo con Felipe, fue muy estrecha y de mucha confianza (a pesar de que su padre, el emperador, no estaba de acuerdo con que su único hijo varón viviera rodeado de mujeres y procurara no tenerle demasiado cerca de sus hermanas).

Fue casada con su primo, el infante heredero de Portugal, Juan Manuel, con 16 años. La boda fue por poderes, pero cuentan que entre ellos pronto nació un gran cariño y su relación se basó en el respeto mutuo. En paralelo, su hermano Felipe se casaba con otra infanta portuguesa, María Manuela: la tradición iniciada por los Reyes Católicos de establecer fuertes lazos matrimoniales entre las casas reales peninsulares se mantenía generaciones después... Esta relación estrecha con el país vecino acabaría por tener como consecuencia que, años después, por un vacío de poder, Felipe II sacara a relucir sus derechos dinásticos sobre el trono portugués. 

Quedando posteriormente viuda, tras solo dos años de matrimonio, Juana es obligada a abandonar Portugal, dejando allí a su hijo: su hermano Felipe, ya rey, debía marchar a Inglaterra para contraer matrimonio con la reina María Tudor, pues también se había quedado viudo, y solicitaba a su hermana como gobernadora de los reinos castellanos. Juana no volvería a ver su hijo, que por aquel entonces era solo un bebé, quedando al cuidado de su abuela portuguesa, Catalina de Austria (que era, además, tía y suegra de Juana).



Su labor como gobernadora y regente, en ausencia de Felipe II, fue muy notable, teniendo sobre todo que hacer frente a graves dificultades económicas, ayudada por un cuerpo de consejeros, muchos de ellos de origen portugués. La deuda económica y la bancarrota provocaron que unos trescientos mil españoles se marcharan a América a buscar nuevas oportunidades. También fue un quebradero de cabeza para ella el foco luterano que se desarrolló en Valladolid y Segovia y contra el que actuó, a petición de su propio padre. 

Al mismo tiempo, mantuvo durante toda su vida una gran correspondencia con su hijo Sebastián y cuidó de su sobrino Carlos, hijo de Felipe II y de María Manuela, procurándole una esmerada educación. Actuó también como mecenas: retratos reales, joyas, miniaturas, instrumentos musicales,...


Cuando Felipe II regresó de Inglaterra, Juana abandonó la regencia en 1559 y no volvió a ocupar cargos políticos, aunque se mantuvo viviendo en el Alcázar, cerca de su hermano y de su sobrino. Junto con la tercera esposa de su hermano, la francesa Isabel de Valois, actuó como dama de compañía y amiga (a la muerte de esta se encargó del cuidado y educación de sus dos hijas) y con ella acudía a la Eucaristía, presidía obras de caridad y visitaba conventos: la faceta religiosa de Juana de Austria es bien conocida y, como en el caso de su hermano, formó parte esencial de su vida cotidiana. Fue la fundadora del Colegio de san Agustín de Alcalá de Henares y del convento de las Descalzas Reales de Madrid, donde ella pasó mucho tiempo en retiro espiritual.

Una faceta muy llamativa de su vida fue su íntima relación con la Compañía de Jesús, fundada por Ignacio de Loyola en 1534: su confesor particular era el noble jesuita Francisco de Borja y pidió ser aceptada como jesuita en la nueva orden religiosa durante el periodo en el que fue regente, a pesar de la negativa de Ignacio a aceptar mujeres en su orden. La presión de su apellido y su nivel de poder hizo difícil que su petición fuera rechazada, de manera que, finalmente, fue aceptada bajo el nombre secreto de Mateo Sánchez, con los votos de pobreza, castidad y obediencia. 

Su lealtad a la orden jesuítica fue enorme, aunque públicamente no pudo mostrar su rango de jesuita -la única que ha habido en la orden en toda su historia-, y apoyó a los jesuitas frente a los ataques de la Inquisición, ante el Papado, en su establecimiento en Flandes y en la creación de los colegios de Valladolid y Lovaina.

Un grave tumor acabó finalmente con su vida, siendo enterrada en el convento de las Descalzas Reales. 

  • Sobre la vida de Juana de Austria, aquí y aquí.
  • Un comentario de la infanta como única jesuita, aquí
  • Un importante retrato suyo se encuentra en el Museo del Prado de Madrid. Su ficha técnica, aquí. 


¿Cuál es el origen de la tarta de cumpleaños?


Lo de celebrar los cumpleaños no es cosa de ahora: ya los antiguos egipcios, hace 5000 años, celebraban el día de la fiesta del faraón. Aunque solo el de él: los nacimientos de varones de la nobleza se registraban y eran los únicos que, oficialmente, se celebraban; hay constancia, sin embargo, de que la reina Cleopatra VII sí celebró su cumpleaños...

Nuestra costumbre de celebrar el cumpleaños, con tarta, velas y regalos, nos llega desde la antigua Grecia. Nuestros antepasados griegos creían que todas las personas nacían con un espíritu protector que les acompañaba el resto de su vida, y este protector se relacionaba, además, con el dios que estaba asociado al día del nacimiento. 

En la Hélade, los hombres celebraban el cumpleaños de la diosa Ártemis, soberana de la luna, la virginidad, la caza y los animales y hermana del dios Apolo, el sexto día de cada mes. En honor a ella se ofrecían en sus altares -situados siempre lejos de las ciudades, pues esta divinidad estaba asociada al espacio no tocado por el hombre- tortas de miel y harina, adornada con velas que simbolizaban el brillo de la luna. Posiblemente, además, esas velas se identificaban con el poder de pedir deseos y el deseo de buena suerte. Los cumpleaños de las mujeres y los niños no se celebraban.

Los antiguos romanos asumieron esta fiesta religiosa -así como su aspecto supersticioso, acorde con el pensamiento de la época- adoptando la costumbre de convertir el cumpleaños de figuras importantes masculinas en fiestas nacionales, aunque este derecho de celebración se acabó extendiendo a las mujeres de las mejores familias. 

  • La antigua Roma está en el origen de otro dulce: el roscón de Reyes, como puedes ver aquí