María Ana de Wittelsbach- Palatinado y Hesse- Darmstadt (28/X/ 1667 - 16/VII/ 1740),
Mariana de Neoburgo, segunda esposa de
Carlos II de España, fue elegida como consorte del Austria a los pocos días de haber fallecido
su primera mujer.
La elección de esta mujer parecía clara, habida cuenta de que la precedía la conocidísima fecundidad de sus padres, el príncipe elector del Palatinado y la princesa de Hesse, que tuvieron diecisiete hijos. Ella era la quinta de la prole, y el objetivo era claro: lograr aumentar la influencia alemana en la corte española.
Evidentemente, el rey francés Luis XIV, tío de la anterior esposa, no estaba muy contento con semejante elección -no eran desconocidos para él los rumores de que su sobrina había muerto envenenada en España. Y quizá por eso intentó secuestrar a la joven princesa antes de llegar a su nueva patria...
Su familia, descendiente de una rama de los Baviera, era de gran importancia en Alemania, sólo por debajo de la familia imperial en cuanto a protocolo se refiere. De ahí que su padre, conocido como el suegro de Europa, destinara a sus hijos e hijas a matrimonios políticamente recomendables, logrando que algunos de ellos reinaran en distintos territorios -extendiendo su poder a sus descendientes lejanos, a través de Baviera, Nápoles, Austria y Bélgica. Por esta razón su amplia prole fue educada de manera muy disciplinada en la adquisición de exquisitos modales, así como en el dominio de las Ciencias, Artes, Religión e idiomas.
Desde el principio el choque con la reina madre,
Mariana de Austria y familiar de la joven, fue evidente. La alemana, alta, esbelta, llamativa con su poco usual pelo rojizo, mostró desde el principio que no se iba a dejar manejar por su suegra, mostrando desde el primer día un carácter fuerte, una gran ambición política y unas grandes dotes para la manipulación y el juego palaciego: la joven reina logra todo lo que quiera simulando embarazos y abortos, que usa como chantaje emocional ante el rey. La
necesidad de un heredero que no llega es la condición que sabe que necesita para quedarse en la Corte...
Interviene en asuntos de Estado desde 1693, cuando el rey ya comienza a caer gravemente enfermo. Poco a poco ha ido colocando junto a ella a personas de la facción austriaca, dejando en un segundo plano los intereses españoles en favor de las peticiones políticas y económicas que le llegan desde el Palatinado. El emperador Leopoldo I tiene claro que, bajo ningún concepto, la Corona española debe recaer en alguien que no pertezca a la familia de los Habsburgo.
La muerte de su suegra en 1696, enferma de cáncer de pecho, le permite afianzar posiciones en la Corte, aunque ya hace años que no cuenta con el fervor del pueblo ni la colaboración de numerosos nobles de palacio. Pero es, mientras el rey está ya a las puertas de la muerte, una figura fundamental en el juego político de Europa: tres europeos son los candidatos al trono español ante la evidente falta de herederos de Carlos II, y ganarse el favor de la reina es condición evidente para llegar a figurar en el último testamento.
Cuando en 1699 la enfermedad del rey se agrava con hemorragias, inflamaciones de lengua que le impiden hablar, pequeños infartos y problemas estomacales, hace reformas en el Consejo de Estado y aprovecha el vacío legal de su débil marido para tomar algunas decisiones políticas. Pero no puede impedir que, a la muerte de Carlos II en noviembre de 1700, sea el candidato francés, el nieto de su enemigo Luis XIV, quien haya sido elegido.
La Junta de Regencia la expulsará de la Corte, primero a Toledo y luego a Bayona, donde vivirá más de treinte años en un exilio que la hace sufrir. Sólo al final de su vida se le permitirá regresar, muriendo en Guadalajara, aunque su corazón fue enterrado, por deseo expreso en el testamento, en la clausura del
Convento de las Descalzas Reales, en Madrid.