El protagonista de mi nuevo
marcapáginas es el austriaco
Gustav Klimt (1862- 1918), pintor que puso por escrito una vez que la única manera de saber algo sobre sí mismo era contemplando atentamente sus pinturas, ya que no era un hombre con facilidad para hablar. Hijo de un grabador, la falta de dinero de la familia -el matrimonio y siete hijos- hacía que con frecuencia no pudiera pagar el alquiler de la casa, por lo que se mudaban con frecuencia.
Ingresó en la en la Escuela de Artes y Oficios por consejo de sus profesores, a los que llamó la atención con sus dotes para el dibujo, lo mismo que uno de sus hermanos. Pronto recibieron encargos en el estudio que formaron junto con otro compañero, de manera que pudieron ayudar a la maltrecha economía familia. La Compañía de Artistas -como se hacían llamar- se disolvió en 1892, tras morir el hermano de Gustav y su padre.
El estilo rompedor de Klimt le hizo separarse de la Sociedad de Artistas Figurativos de Viena, liderando un grupo de artistas conocido como la
Secession y que estuvo a la vanguardia del arte de principios del s. XX. También con los años se alejaría del conjunto del grupo, siendo acompañado por un grupo de artistas.
Viajó muy poco, debido a que no siempre tuvo mucho dinero -sus gastos y amantes fueron numerosos- y no dominaba otros idiomas; aún así, sabemos que visitó París en 1909, donde conoció el trabajo de
Van Gogh,
Toulouse-Lautrec o
Munch. Al contacto con ellos, su estilo giró desde una etapa dorada -a la que pertenece la obra
El beso- hacia otra más colorista y decorativa.
Reconocido y galardonado, en 1911 realiza un largo viaje por varios países europeos -incluida España, donde admiró la obra de Velázquez, al que idolatraba. En 1915 comienza una etapa más oscura, relacionada con la muerte de su madre, golpe del que no se llegaría a recuperar.
Murió por neumonía, tras ser trasladado al Hospital General de Viena tras un ataque de apoplejía.
Artísticamente, Klimt fue siempre un provocador: asombrado por la doble moral que conoció en Viena siendo adolescente, la reflejó en sus cuadros de explícitos y llamativos desnudos femeninos. La obra El beso forma parte de esta etapa vienesa, también conocida como época dorada, y es considerado el último cuadro que realiza de este momento: una obra de casi dos metros en la que la pareja está ligeramente desplazada en la vertical (algunos dicen que, en realidad, el cuadro fue ampliado por el pintor, y las figuras estaban en uno de los laterales, pero al añadir la parte de grises, se quedaron en el centro de la composición).
Llama la atención la confusión que se genera en el espectador, pues las túnicas doradas del hombre y de la mujer se funden: quizá Klimt esté representando el maro pasional, físico, entre las dos figuras, o una alegoría más idealizada del amor de la pareja. La pareja, en un fondo gris y sobre un campo de flores, se abraza arrodillada o de pie -no queda claro- al borde un precipicio: la joven, en un fuerte escorzo, aparece violentamente sujeta por el hombre, pero mirando al espectador y enseñando algunas partes de su cuerpo a través de su ceñido vestido.
La temática de este cuadro -quizá la mujer está intentando, en vano, escaparse de la agresión a la que parece estar sometiéndola el hombre- se repite en otros cuadros de Klimt, y algunos investigadores quieren ver una representación de la complicada relación que mantuvo con su amante Emile.
El dorado de la obra se relaciona con el viaje que Klimt realizó a Rávena, en el norte de Italia, donde pudo conocer de primer mano los mosaicos bizantinos de fondo dorado de la iglesia de san Vital. El brillo del oro se ve reforzado, además, con la monotonía del fondo y la falta de perspectiva; es de destacar, además, que el pintor logra una espléndida gama de dorados, todos diferentes, y que se funden unos en otros, llegando a aplicar pan de oro, lacas y capas de pintura hasta generar pequeños bajorrelieves con yeso.
Exigente con su obra, Klimt no la consideró terminada, a pesar de haberla expuesto en Viena en 1908: le cambió el nombre, la composición, el estilo de las flores, acercó el pie de la mujer al acantilado y algunos detalles de la túnica del hombre. A pesar de las transformaciones, el cuadro se convirtió pronto en el símbolo del grupo de la Secession, incluso cuando el grupo se había disuelto.