Agosto del 480 a.C. El rey persa Jerjes I se había lanzado a la expansión territorial de su imperio, a costa del espacio heleno, con un inmenso ejército de cientos de miles de hombres -algunos dicen que sus soldados llegaban al millón. Atenas organizó la defensa y movilizó, a las órdenes de Leónidas, rey de Esparta, unos 3000 hoplitas (10 000 personas en total, no sólo soldados de infantería) provenientes de diversas polis griegas.
El lugar elegido para enfrentarse a los persas fue el desfiladero de las Termópilas, una pequeña lengua de tierra de entre 15 y 100 m. de ancho que comunicaba la frontera norte de la Hélade con Atenas y Esparta. Los griegos buscaban con esto suplir su inferioridad numérica con un paso angosto fácilmente defendible. La flota helena, mientras tanto, se las vería con los barcos persas. La batalla duraría tres días.
Los griegos habían atrincherado el paso y las mejores armas de sus hoplitas -lanzas largas y escudos de bronce- pronto pusieron de su parte la victoria, frente a las espadas cortas, escudos de mimbre, arcos y puñales de los persas. La falange griega, además, engañaba a los atacantes simulando huir, pero luego replegarse sobre los enemigos.
Fue al tercer día cuando un griego, Efialtes, traicionó a la causa helena, revelando a Jerjes la existencia de un paso montañoso lateral que permitía rodear el ejército griego y poder atacarlos por la retaguardia. El pequeño contingente griego que fue sorprendido antes de llegar a las Termópilas logró avisar a los soldados que allí estaban: la derrota podía ser inminente.
Leónidas, en un desesperado contraataque, acompañado -dicen- por sólo 300 espartanos, salió del desfiladero en formación de falange, dispuesto a romper las filas persas y llegar a la mismísima posición de Jerjes para matarlo. El rey espartano murió en la lucha y la flota griega, avisada, se retiraba poco después -no sin provocar serios problemas a los barcos persas. Pero su arrojo superó los límites de la Historia: tiempo después, un inmenso ejército griego derrotaba de manera definitiva a los persas, expulsándolos de la Hélade.
El lugar elegido para enfrentarse a los persas fue el desfiladero de las Termópilas, una pequeña lengua de tierra de entre 15 y 100 m. de ancho que comunicaba la frontera norte de la Hélade con Atenas y Esparta. Los griegos buscaban con esto suplir su inferioridad numérica con un paso angosto fácilmente defendible. La flota helena, mientras tanto, se las vería con los barcos persas. La batalla duraría tres días.
Los griegos habían atrincherado el paso y las mejores armas de sus hoplitas -lanzas largas y escudos de bronce- pronto pusieron de su parte la victoria, frente a las espadas cortas, escudos de mimbre, arcos y puñales de los persas. La falange griega, además, engañaba a los atacantes simulando huir, pero luego replegarse sobre los enemigos.
Fue al tercer día cuando un griego, Efialtes, traicionó a la causa helena, revelando a Jerjes la existencia de un paso montañoso lateral que permitía rodear el ejército griego y poder atacarlos por la retaguardia. El pequeño contingente griego que fue sorprendido antes de llegar a las Termópilas logró avisar a los soldados que allí estaban: la derrota podía ser inminente.
Leónidas, en un desesperado contraataque, acompañado -dicen- por sólo 300 espartanos, salió del desfiladero en formación de falange, dispuesto a romper las filas persas y llegar a la mismísima posición de Jerjes para matarlo. El rey espartano murió en la lucha y la flota griega, avisada, se retiraba poco después -no sin provocar serios problemas a los barcos persas. Pero su arrojo superó los límites de la Historia: tiempo después, un inmenso ejército griego derrotaba de manera definitiva a los persas, expulsándolos de la Hélade.
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