El dorado dios Helios es conocido por la tristeza que le invadió tras la muerte de su rebelde hijo Faetón. Pero también conoció otro terrible dolor: el del amor.
Cuentan que Helios se enamoró perdidamente de la princesa persa Leucótoe, la más bella de la tierra de las especias; tan grande era su amor que se llegó a olvidar de sus anteriores amantes. Para poder seducirla, tomó la apariencia de su madre, de forma que logró echar a todas las sirvientas de su habitación y pudo quedarse con la joven a solas.
Sin embargo, pronto Clitia -una de sus sirvientas o, tal vez, la hermana de la princesa- supo de los amores de Leucótoe y, presa de los celos, se lo contó al rey. Este, enfurecido por la mentira y la osadía del dios, enterró viva a Leucótoe, que murió antes de que Helios pudiera rescatarla. Lleno de dolor, el dios derramó néctar divino sobre el cuerpo de su amada y la tierra que había alrededor; donde se encontraba el cadáver nació el árbol del incienso.
Clitia, mientras tanto, consumida por amor hacia Helios, y viendo que el dios la rechazaba una y otra vez, dejó de comer y beber hasta que murió; se convirtió en un girasol. Helios la condenó por sus celos y su amor irracional, de forma que esta flor mantiene para la eternidad su amor por el sol, como refleja su movimiento. Otros, sin embargo, cuentan que los dioses se apiadaron de ella y por eso la transformaron en girasol...
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Respecto al Girasol: El girasol es nativo de América, fue cultivado hacia el año 1000 A.C. Los españoles lo llevaron a Europa al principio del siglo XVI. Francisco Pizarro lo encontró en Tahuantinsuyo (Perú), donde los nativos veneraban una imagen de girasol como símbolo de su dios solar. Figuras de oro de esta flor, así como semillas, fueron llevadas a Europa a comienzos del Siglo XVI.
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