Y ese fue Helio, el hijo de Hiperión y Tea, que todos los días se paseaba por el cielo de oriente a occidente con el carro del Sol. Por la noche, cansado pero orgulloso de su paseo, regresaba a su casa en el Norte, navegando en una barca dorada por el río Océano, que rodeaba la Tierra... Helio era deslumbrante, todo dorado, con su yelmo brillante, sus cuatro bellísimos caballos blancos de crines de oro: nadie podía mirarlo sin quedar impresionado.
Pero Helio tenía un hijo, Faetón, criado en Egipto, al que nunca visitaba mucho; y la gente se burlaba de él porque miraba siempre al cielo para ver a su padre por las mañanas. Nadie se creía que era el hijo de un dios. Y un día decidió demostrárselo a todos: le pidió a su padre que por un día le dejara conducir su carro del Sol. Pero no contó con que los caballos se sentirían libres, no guiados por la mano segura de Helio.
Faetón se dejó llevar... Quiso que todos en su tierra supieran quién era y lo que era capaz de hacer, de forma que bajó tanto el brillante y ardiente carro de su padre que la fértil tierra de Egipto -por aquel entonces- se quemó, convirtiéndose en el desierto que es hoy, salvo la delgada línea del sagrado Nilo. Asustado, elevó el carro de su padre tanto que la luz y el frío se cerraron sobre la Tierra. Todos podrían haber muerto si Zeus no hubiera intervenido matando a Faetón con uno de sus certeros rayos...
Cayó su cuerpo abrasado a las aguas del Erídano -al que algunos llaman hoy Ródano. Las ninfas, entristecidas, acudieron a su lado para intentar regresarlo a la vida; el corazón de Zeus se apiadó y transformó sus lágrimas en gotas de ámbar y a las bellas mujeres en álamos plateados que alivian el calor de las orillas de los ríos...
Mientras tanto, Helio, apenado, encontró su carro en Etiopía. El calor de su fuego había abrasado todo a su alrededor. Viajó despacio ese día. Las tinieblas de un eclipse cubrieron la tierra...
Pero Helio tenía un hijo, Faetón, criado en Egipto, al que nunca visitaba mucho; y la gente se burlaba de él porque miraba siempre al cielo para ver a su padre por las mañanas. Nadie se creía que era el hijo de un dios. Y un día decidió demostrárselo a todos: le pidió a su padre que por un día le dejara conducir su carro del Sol. Pero no contó con que los caballos se sentirían libres, no guiados por la mano segura de Helio.
Faetón se dejó llevar... Quiso que todos en su tierra supieran quién era y lo que era capaz de hacer, de forma que bajó tanto el brillante y ardiente carro de su padre que la fértil tierra de Egipto -por aquel entonces- se quemó, convirtiéndose en el desierto que es hoy, salvo la delgada línea del sagrado Nilo. Asustado, elevó el carro de su padre tanto que la luz y el frío se cerraron sobre la Tierra. Todos podrían haber muerto si Zeus no hubiera intervenido matando a Faetón con uno de sus certeros rayos...
Cayó su cuerpo abrasado a las aguas del Erídano -al que algunos llaman hoy Ródano. Las ninfas, entristecidas, acudieron a su lado para intentar regresarlo a la vida; el corazón de Zeus se apiadó y transformó sus lágrimas en gotas de ámbar y a las bellas mujeres en álamos plateados que alivian el calor de las orillas de los ríos...
Mientras tanto, Helio, apenado, encontró su carro en Etiopía. El calor de su fuego había abrasado todo a su alrededor. Viajó despacio ese día. Las tinieblas de un eclipse cubrieron la tierra...
5 aportaciones:
Blogs como el tuyo animan a la gente a seguir estudiando historia.
Pues prácticamente no sabía nada de Hiperión y Faetón.
Saludos.
Gracias, Jesús.
Admito sugerencias. Si tienes curiosidad por algún personaje en concreto no tienes más que pedir... Estoy pensando estos días, además, presentar mitologías orientales... Poco conocidas.
Saludos.
Me encanta la mitologia, conocia esta historia pero no la recordaba demasiado bien. Gracias por la entrada!
Por cierto, eso de las mitologias orientales suena muy bien.
Rukia,
tomo nota para lo oriental entonces!!
Saludos.
gracias estuvo buenisimo me sirvio mucho
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