Kuafu persigue al sol.


Kuafu era uno de los gigantes que vivió al principio de los tiempos. Amaba contemplar el sol cuando salía por el horizonte y se sumía en la tristeza cuando llegaba el anochecer, porque odiaba la oscuridad. Así, un día decidió que lo mejor que podía hacer era perseguir al sol para saber dónde se escondía cuando llegaba la noche, de forma que si lograba fijarlo en su cielo, nunca tendría que vivir sumido en la oscuridad; de esta forma, comenzó a perseguirlo.

Qué ingenuo...

Comenzó su persecución por las llanuras del norte de China. Como era un gigante, tenía piernas muy largas y sus zancadas eran de kilómetros. De esta forma, cuando llegó el crepúsculo, estaba muy cerca del lugar donde el sol reposa para descansar por las noches.

Kuafu, entonces, extendió sus enormes manos para atraparlo, pero de pronto sintió un deseo terrible de beber agua, una sed como nunca había sentido; todo su cuerpo pensaba en un únco objetivo: apagar el fuego que tenía dentro de sí y que le estaba abrasando. Se volvió entonces al río más cercano y se lo bebió entero, pero no pudo aplacar su sed. Corrió entonces río por río, sin saciarse y secando todos los que iba encontrando, hasta que llegó a la orilla del mar. Agotado, exhausto, se tumbó y con sus últimas fuerzas lanzó su bastón de madera al sol, que se estaba poniendo, con ira, cerrando después los ojos.

A la mañana siguiente, cuentan las historias que su figura había desaparecido y en su lugar se encontraba una enorme cadena montañosa -a la que los chinos llaman Hua Shan. Hacia el oeste, por donde se esconde el sol, había un bosque con forma de bastón, con árboles de hojas verdes y frutos brillantes y jugosos, frescos y mágicos que siempre aplacarían la más terrible sed, dando fuerzas a los caminantes. A esas frutas las llamamos melocotones.

Y parece que Kuafu sigue persiguiendo el sol: pincha aquí.


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