Un viejo refrán dice que todos los caminos conducen a Roma, y en época clásica, esto fue muy real: los romanos construyeron 90.000 kms de red viaria por todo su territorio -y más allá de sus fronteras en algunos casos-, en principio con el fin de trasladar al ejército de un punto a otro del mundo romano. Con el tiempo, sin embargo, las calzadas fueron usadas para comerciar y mejorar las comunicaciones entre lejanos sitios del Imperio.
Cada cierta distancia -más o menos, cada kilómetro y medio- colocaban miliarios: columnas de dos metros de altura y medio metro de diámetro, que solían llevar una inscripción con el nombre del emperador que había hecho construir la calzada y la distancia que quedaba a la ciudad más cercana.
- El tamaño era similar en todas: dos carriles, una anchura entre 2'5 metros y 8 -en las vías principales del Imperio- y de libre acceso incluso en vías vecinales (donde eran algo más estrechas, sólo para uso de personas y carros pequeños). Su aspecto exterior era también parecido, bien apisonadas y con una superficie pavimentada de losas de piedra ligeramente curvas, permitiendo así que el agua de la lluvia no se quedara en el centro y se deslizara hacia los surcos laterales.
- Sobre el terreno se trazaban dos surcos paralelos de un máximo de 6 metros de ancho y se excavaba una fosa que se iba rellenando de estratos.
- Primer estrato (statumen), formado por piedras muy grandes mezcladas con tierra suelta y agua.
- Segundo estrato (rudus), guijarros unidos por argamasa y apisonados con mazos de hierro para compactarlos.
- Tercer estrato (nucleus y pavimentum) de grava comprimida y arqueada para favorecer el fluir del agua. En las vías principales se incluía un empedrado o pavimento liso encima.
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