Entre los ss. IV y I a.C. Roma extendió su dominio por las tierras del Mediterráneo; bajo su control quedaban las tierras de la península itálica, Grecia, Asia Menor y la península ibérica. Su principal enemigo, el imperio de Cartago, sería arrasado a mediados del s. II a.C.
A lo largo del proceso de expansión, los romanos utilizaron una inteligente política en la que supieron mantener en desunión a sus enemigos y atraer a pueblos bien dispuestos a entrar en la órbita romana. Cada uno de los enclaves derrotados tenía un trato diferente:
- Algunas ciudades fueron federadas, gobernadas con leyes y magistrados propios, pero muy ligados a Roma. La alianza establecida equiparaba a sus habitantes con los ciudadanos romanos, aunque los términos del acuerdo diferían entre las ciudades. Siempre pagaban tributos.
- Otras eran colonias, ciudades fundadas o reconstruídas por Roma en lugares estratégicos desde un punto de vista económico o militar. Sus habitantes poseían las tierras con todos los derechos.
- Roma también estableció municipios, ciudades que ya existían antes de la conquista romana, que mantuvieron una administración autónoma, pero obligados a respetar las normas romanas y prestar sus servicios cuando fuera necesario.
- Y, siempre, la urbe por excelencia: Roma, centro político de toda la República y el posterior Imperio, cuyos ciudadanos tenían plenos derechos.
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