De nuevo el rey Euristeo puso a prueba a Hércules, encargándole un nuevo trabajo: conseguir el cinturón mágico de Hipólita, reina de las amazonas; el cinturón de oro era un regalo del dios Ares a su reina -según contaban, Hipólita era hija del dios de la guerra. La princesa Admeta, hija de Euristeo, se había encaprichado con el adorno.
En esta ocasión, entonces, el héroe tuvo que desplazarse hasta las orillas del Mar Negro, donde vivían estas terribles mujeres.
Cuando llegó, Hipólita le ofreció su cinturón como signo de su admiración, ya que se había enamorado del griego; todo parecía resuelto. Pero hete aquí que Hera, pendiente de las aventuras de Hércules y poco dispuesta a que las cosas le salieran tan fáciles, se disfrazó de amazona e hizo correr el rumor de que su verdadera intención era secuestrar a la reina.
Alarmadas, echaron mano a sus armas -tampoco había que convencerlas mucho para luchar- y Hércules se vio obligado a defenderse, matando en combate a Hipólita. Tomó al fin el cinturón y partió hacia su regreso.
2 aportaciones:
Yo quisiera ser Hércules, al menos mentalmente...
Un saludo
A mí me gusta más el punto irónico de Atenea...
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