La princesa Psique era bellísima, deslumbrante: rozaba la perfección de una diosa; por eso ningún hombre se consideraba digno de ella y la joven veía como sus hermanas mayores se habían casado, pero no ella.
Un día, su padre, preocupado, acudió al oráculo de Apolo para ver qué podía hacer, pues su hermosísima hija se consumía de tristeza por la falta de amor. El dios le aconsejó que vistiera a Psique de novia sobre un tálamo fúnebre en una alta montaña. Así lo hizo, con lágrimas en los ojos, pues el oráculo hablaba también de un monstruo cruel como esposo...
Cuando estaba ella ya postrada, esperando, el viento Céfiro la envolvió y llevó hasta un precioso paraje rodeado de flores, con un palacio de mármol, marfil, piedras preciosas, oro y plata resplandeciente. Sin duda, la obra de un dios. Unas voces invisibles le dijeron que todo aquello era ya suyo y dispusiera de ello, pues aquella misma noche su dueño la haría su esposa.
Pasaron los días y Psique empezó a sentir la amargura de la soledad, pues nadie había cerca y no sabía dónde estaba su familia: sólo los seres invisibles que la cuidaban y la presencia de su esposo durante la noche -al que nunca había visto, pues él le había avisado de terribles males si conocía su rostro. Al fin, tras miles de ruegos y súplicas, el hombre accedió a dejarle visitar a su padre y hermanas, pero recomendándola que hiciera oídos sordos de todo lo que le dijeran sus hermanas.
Efectivamente, sus hermanas, envidiando las riquezas y regalos de Psique, la convencieron: su marido debía de ser un ser espantoso y deforme, ya que le prohibía hasta verlo a la luz. Así, cuando regresó, envenenada por la curiosidad que sus hermanas habían puesto en ella, Psique les hizo caso, y cuando notó que su esposo estaba ya dormido, usó una lámpara de aceite para verlo: era el más bello joven que pudiera haber, perfecto en sus formas y de rostro cincelado: el joven Eros, hijo de la diosa Afrodita.
Pero la mala suerte se cernió sobre Psique, pues una gota de aceite cayó sobre el hombro del joven, que se despertó. Al verse descubierto, se marchó volando.