Era costumbre durante la primera semana de enero que los antiguos romanos celebraran las fiestas Compitalia, dedicadas a los dioses que protegían los cruces de caminos; no en vano, en la cultura europea occidental las encrucijadas han tenido siempre una connotación religiosa, mágica o ligeramente supersticiosa.
Una pequeña capilla se construía junto a cada cruce, con la imagen de los lares compitales: dos adolescentes que se sujetan por un pie, llevando cada uno el cuerno de la abundancia; estos jóvenes tenían como misión proteger al viajero.
Esta fiesta romana posiblemente tenía un origen etrusco, pues los lares se asociaban como hijos a la diosa de los muertos Mania, a la que se le ofrecían en estas fechas las cabezas de niños sacrificados. Esta costumbre fue abolida en época republicana, sustituyendo ese sacrificio por la ofrenda de unas cabezas de ajo o amapolas, entregados por el padre de familia la noche anterior al día de la fiesta -que era pública, pero no obligatoria- y colgando en la puerta un muñeco de lana por cada persona libre que viviera en la casa. Al día siguiente nadie trabajaba ni se obligaba a hacerlo a los animales ni a los esclavos, y se realizaban procesiones, juegos y carreras.
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