Giovanni Lorenzo Bernini (Nápoles, 1598- Roma, 1680) será el genio artístico del arte del s. XVII, como lo había sido antes que él el gran Miguel Ángel. Lo suyo venía ya de familia, pues su padre había trabajado como escultor para el Papa Pablo V en Roma, de manera que se formó como artista en el taller familiar, comenzando con pinturas (aunque se dice que ya con ocho años hacía también obras escultóricas y recibía encargos siendo adolescente).
Ya desde muy joven demostró su don mágico: convertir el mármol en un material casi dúctil bajo sus manos, convirtiendo en piedra instantes concretos de una escena. O, incluso, más allá: es capaz de transformar el espacio que le ceden para sus obras en una escultura en sí mismo, como cuando acepta el encargo papal de la decoración del interior de la Basílica de San Pedro, realizando un grandioso baldaquino en el crucero, donde une escultura y arquitectura. Por no hablar del monumento funerario realizado para Alejandro VII, donde la puerta de la sacristía es, a la vez, entrada simbólica al mundo de la muerte...
Es un arquitecto distinto, de inmensas esculturas de más de cuatro metros de altura y, a la vez, muy influido por su educación religiosa -estaba impresionado por la experiencia religiosa de Ignacio de Loyola. No se apartó de su tiempo, realizando bustos de casi un metro de altura de miembros de la jerarquía católica y del mismísimo Luis XIV, donde se aleja del manierismo para presentar la verdadera personalidad del personaje... o sus propios sentimientos hacia él, como en el retrato que realiza de su amada Constanza Buonarelli -mujer de uno de sus colaboradores.
Su manera de concebir el arte, personal, sensual, le valió ser admirado por los suyos en vida, pero profundamente criticado por otros en la centuria siguiente. Bernini, con su capacidad para transmitir sensaciones táctiles con el mármol o el bronce o la expresividad de los rostros, sólo había llevado al pie de la letra las indicaciones de Vasari: los artistas debían encontrar la manera de expresarse, su marca personal inconfundible.
Su manera de concebir el arte, personal, sensual, le valió ser admirado por los suyos en vida, pero profundamente criticado por otros en la centuria siguiente. Bernini, con su capacidad para transmitir sensaciones táctiles con el mármol o el bronce o la expresividad de los rostros, sólo había llevado al pie de la letra las indicaciones de Vasari: los artistas debían encontrar la manera de expresarse, su marca personal inconfundible.
- Una estupenda entrada del blog Algargosarte sobre Bernini, aquí.
2 aportaciones:
Querida Negrevernis, gracias por esta magnífica entrada y por el slideshire del prof. García; de nuevo ha sido el interruptor de encendido de buenos recuerdos. En mi visita a Villa Borghese recuerdo que el audio que nos proporcionaron hablaba de la exquisitez del trabajo de Bernini, ejemplificada en la escultura "Dafne y Apolo"; la última restauración de dicha pieza había durado cuatro años, los dos primeros para fabricar el instrumental que habría utilizado el maestro, y los últimos para llevar a cabo la restauración misma. Quienes llevaron a cabo esta labor afirmaban que las puntas de los dedos de Dafne transformándose en hojas de laurel sonaban como el cristal al tocarlas, con la fragilidad del borde de una copa. ¡Mete miedo pensar sólo en abordar tan titánico trabajo!
Mille baci, cara.
Así es, querida amiga. Bernini convirtió el mármol en un arte, y su capacidad de malearlo en su sello personal.
Gracias por tu aportación sobre esa maravillosa escultura de Apolo y Dafne, una de mis favoritas.
Un abrazo.
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