La pietas, la lealtad, sólo es posible con una segunda virtud fundamental, la que permite el cumplimiento de la palabra dada: la fides, que obliga a la realización total del compromiso adquirido, de manera que la vergüenza y el deshonor caía sobre la persona que no lo llevaba a cabo o se comprometía sin tener en cuenta los medios disponibles. La virtud de la fides entre los miembros de la guardia pretoriana conducía a que, si moría su general, los soldados se suicidaban por lealtad.
Durante la República tanto la pietas como la fides fueron divinizadas en el culto oficial: la diosa Fides -la Pistis griega-, hija de Saturno y la Virtus, es la que ensalza la palabra dada y la fidelidad al Estado (de manera que sobre ella se asentaba el orden institucional), además de proteger los acuerdos firmados entre Roma y sus aliados; contaba con un templo en el Capitolio, y se representaba como una mujer joven vestida de blanco que llevaba en la mano una tortuga o una copa, y una corona hecha de ramas de olivo. Se decía que los matrimonios que se celebraban junto al altar de esta diosa estaban especialmente unidos y bendecidos, con una difícil disolución.
La fiesta dedicada a la diosa Fides se celebraba en las calendas de octubre (el día 1). En ella, los flamines maiores -los sacerdotes de Júpiter, Marte y Quirino- realizaban un sacrificio a la diosa, manteniendo la mano derecha, la empleada para sellar un pacto, envuelta con un paño blanco, el color de la diosa.
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