Dicen que una vez hubo un hombre que se quedó tan pobre que no tenía nada para comer, pagar su casa y sostener a su anciana madre. Llegó a sus oídos que vivía en su ciudad un comerciante sin escrúpulos que compraba a objetos a los pobres y luego los revendía a los más ricos al triple de su valor. Agobiado por sus deudas, se dirigió a él, ofreciéndole su casa.
El usurero se acercó a la casa para conocerla y cerrar el trato con el hombre pobre. Pero cuando llegó el momento, este le dijo:
- Te vendo la casa entera, pero este clavo que está en esta pared no te lo vendo.
El mercader aceptó la propuesta sin hacer preguntas. El hombre pobre se fue junto a su madre para contarle lo que había hecho: ya no volverían a pasar hambre en un tiempo. Pero su madre le recriminó la acción: ¡no tendrían sitio donde cobijarse del frío de la noche! El hijo quiso tranquilizarla:
- No te preocupes, madre. No he vendido el clavo de la pared...
Al día siguiente se marchó al mercado y compró unas pieles; después, fue a ver al usurero para decirle que iba a colgarlas en el clavo que no le había vendido. El comerciante no vio ningún problema y se despidió de él. Pero cuando las pieles empezaron a cuartearse y desprender un olor nauseabundo, el mercader fue a buscarle para pedirle que las retirara de su casa, pues iba a acabar muriendo asfixiado por el mal olor.
El hombre pobre le pidió disculpas:
- Lo siento mucho, pero, como sabes, no tengo ningún otro sitio donde colgarlas, ya que te vendí mi casa.
El usurero se enfadó y, furiosamente, le insultó: ¡le había engañado! Sin embargo, estaba dispuesto a retirar su trato si le devolvía el dinero que le había dado por la casa. El hombre, sin embargo, se plantó delante de él con las manos extendidas: lo lamentaba mucho, pero se había gastado todo lo que había recibido en la venta, de forma que no podía devolvérselo.
El mercader se puso a dar alaridos y patalear, maldiciéndole a él y a toda su familia, deseando que los cocodrilos devoraran su cuerpo y que nadie de su familia pudiera decir su nombre tres veces hacia el desierto cuando muriera. Mientras, las pieles apestaban con su fétido olor, haciendo imposible seguir hablando:
- ¡Quédate con la casa! No quiero verte a ti ni a nadie de tu familia nunca más -le gritó, mientras empujaba a su mujer y sus hijos fuera de la casa.
El hombre, que ya no era pobre, fue a buscar a su anciana madre para contarle lo sucedido...
4 aportaciones:
esto me recuerda el ingenio chileno para salir adelante en las peores dificultades, interesante aporte
Pues nada, a los que les vayan a embargar la casa ya saben lo que tienen que hacer.
Un saludo.
Antonio,
la astucia es internacional...
Un saludo.
Cayetano, no sé yo si los bancos van a ver esta propuesta con buenos ojos...
Un saludo.
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