La segunda esposa del rey español Carlos II de Habsburgo, Mariana de Neoburgo, tenía muy claro que su permanencia en la corte dependía de su posibilidad de quedar embarazada (de hecho, la habían elegido para el débil rey porque su madre había quedado embarazada ¡en 24 ocasiones!). Intentó todo de forma desesperada, como aplicarse en el vientre rebanadas de pan empapadas en vino de Lucena.
Todo en vano. Pronto en la corte se difundió la noticia de que el problema venía del rey: estaba hechizado. En 1698 el confesor de Carlos II decidió que había que exorcizar al monarca, y fue el padre Álvarez Argüelles el encargado de llevarlo a cabo.
Entrados en la materia, el demonio afirmó que el rey estaba bajo su control desde su adolescencia y el remedio: que tomase en ayunas un cuartillo de aceite, junto con la bendición contra los exorcismos.
Curiosamente, el demonio sabía también de política, pues en sucesivas sesiones comenzó a tomar partido por alguno de los bandos que por aquel entonces estaban en liza por colocar a su heredero en el trono de España, manifestando sus preferencias por uno o por otro. La reina supo que ella tampoco salía bien parada (¿quién en aquella España destruída del finales del XVII quería a una mujer incapaz de dar a su esposo el heredero varón deseado?), por lo que al final tomó cartas en el asunto, mandando a la cárcel al exorcizador.
Todo en vano. Pronto en la corte se difundió la noticia de que el problema venía del rey: estaba hechizado. En 1698 el confesor de Carlos II decidió que había que exorcizar al monarca, y fue el padre Álvarez Argüelles el encargado de llevarlo a cabo.
Entrados en la materia, el demonio afirmó que el rey estaba bajo su control desde su adolescencia y el remedio: que tomase en ayunas un cuartillo de aceite, junto con la bendición contra los exorcismos.
Curiosamente, el demonio sabía también de política, pues en sucesivas sesiones comenzó a tomar partido por alguno de los bandos que por aquel entonces estaban en liza por colocar a su heredero en el trono de España, manifestando sus preferencias por uno o por otro. La reina supo que ella tampoco salía bien parada (¿quién en aquella España destruída del finales del XVII quería a una mujer incapaz de dar a su esposo el heredero varón deseado?), por lo que al final tomó cartas en el asunto, mandando a la cárcel al exorcizador.
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