Dicen que el dios Apolo era el más bello, joven, apuesto, viril y divertido de los dioses. Pero también el que, a veces, no sabía callarse a tiempo: es de todos conocido que un buen día se burló del pequeño dios Eros, hijo de la bellísima Afrodita, diciéndole que sus armas -un arco y unas flechas- eran impropias de un niño pequeño y débil como él.
Eros, sin pensárselo dos veces, le quiso demostrar que sus armas eran mucho más poderosas de lo que Apolo pensaba, por lo que le hirió con una de sus flechas de punta de oro -las que provocaban una desenfrenada pasión por la persona amada-, enviando otra de punta de bronce (algunos dicen que era de plata) a la ninfa Dafne, hija del río Peneo. Esta última flecha provocaba un cruel rechazo hacia el amor.
De esta forma, Dafne se negaba a casarse, en contra de los deseos de su padre, que deseaba un heredero.
Un día, Apolo se encontró con Dafne en el bosque y la flecha de Eros hizo su efecto: se enamoró al instante. Loco de amor, comenzó a perseguir a la ninfa y a suplicarle a gritos que parase para poder curarse del tremendo sentimiento que sentía por ella. Dafne casi volaba entre los árboles, huyendo del dios, su melena dorada agitándose detrás de ella de forma desenfrenada. Viendo que Apolo se acercaba cada vez más a ella, lanzó una súplica a su padre: que su cuerpo, causante de aquella pasión de la que no quería ser víctima, se transformara para siempre.De pronto, notó cómo su cuerpo comenzaba a pesar y sus piernas se clavaban en el suelo; su piel se iba cubriendo de una delgada corteza, mientras que se retorcía observando cómo sus brazos se transformaban en las ramas de un frondoso laurel... Apolo, dándose cuenta de que perdía a la mujer a la que más amaba, se abrazaba mientras tanto a su cuerpo.
Desde aquel día, el dios lleva sobre su cabeza una corona de laurel, así como los ganadores de las pruebas atléticas, pues son ellos, y nadie más, los que aman con pasión algo tan efímero como poseer un deseo.
Eros, sin pensárselo dos veces, le quiso demostrar que sus armas eran mucho más poderosas de lo que Apolo pensaba, por lo que le hirió con una de sus flechas de punta de oro -las que provocaban una desenfrenada pasión por la persona amada-, enviando otra de punta de bronce (algunos dicen que era de plata) a la ninfa Dafne, hija del río Peneo. Esta última flecha provocaba un cruel rechazo hacia el amor.
De esta forma, Dafne se negaba a casarse, en contra de los deseos de su padre, que deseaba un heredero.
Un día, Apolo se encontró con Dafne en el bosque y la flecha de Eros hizo su efecto: se enamoró al instante. Loco de amor, comenzó a perseguir a la ninfa y a suplicarle a gritos que parase para poder curarse del tremendo sentimiento que sentía por ella. Dafne casi volaba entre los árboles, huyendo del dios, su melena dorada agitándose detrás de ella de forma desenfrenada. Viendo que Apolo se acercaba cada vez más a ella, lanzó una súplica a su padre: que su cuerpo, causante de aquella pasión de la que no quería ser víctima, se transformara para siempre.De pronto, notó cómo su cuerpo comenzaba a pesar y sus piernas se clavaban en el suelo; su piel se iba cubriendo de una delgada corteza, mientras que se retorcía observando cómo sus brazos se transformaban en las ramas de un frondoso laurel... Apolo, dándose cuenta de que perdía a la mujer a la que más amaba, se abrazaba mientras tanto a su cuerpo.
Desde aquel día, el dios lleva sobre su cabeza una corona de laurel, así como los ganadores de las pruebas atléticas, pues son ellos, y nadie más, los que aman con pasión algo tan efímero como poseer un deseo.
2 aportaciones:
Conocía el mito de Apolo y Dafne, pero confieso que el principio, sobre Eros y el origen de la atracción no lo había escuchado nunca, qué bien saberlo!
Ten cuidado con las flechas del desamor entonces... Ahora ya sabes la causa del amor no correspondido ;-)
Un abrazo.
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