Lerna, a pocos kilómetros de Argos, era un lugar desolado y lleno de pantanos. Aquí vivía la Hidra, un monstruo de nueve cabezas de serpiente que mataba a todo el que pasaba cerca, sin dejar opción a la defensa: se decía que cuando una de sus cabezas era cortada, al instante crecía otra en el mismo sitio, de forma que la Hidra era muy poderosa. Además, una de sus cabezas era inmortal.
El rey Euristeo envió a Hércules a su segunda aventura: matar al monstruo. Allá fue el héroe, vestido con la piel del león de Nemea y montado en un carro que guiaba Iolao. Para obligar a la Hidra a salir de su madriguera empezó a lanzar flechas incendiarias al pantano, hasta que apareció con toda su maldad.
Hércules golpeó una y otra vez, sin descanso, viendo con horror -bueno, con poco horror, porque para eso era un héroe- cómo una vez y otra crecían sin parar las cabezas que él arrancaba con su espada. Y ya sabemos que a los dioses griegos les gusta jugar con los héroes; de esta forma, Hera, que llevaba tiempo deseando vengarse de Hércules, encontró la ocasión: hizo salir de las ciénagas dos enormes cangrejos gigantes suyas pinzas se cerraron alrededor de los tobillos de Hércules -que logró, con su inhumana fuerza, liberarse y aplastarles el caparazón.
El héroe empezó a cansarse, de forma que acudió Iolao en su ayuda con una antorcha: cada vez que Hércules arrancaba con su espada una de las cabezas de Hidra, su amigo quemaba el muñón para evitar que volviera a crecer otra. Finalmente, Hércules cercenó la cabeza inmortal (como él mismo era de la sangre de los dioses, tenía ese poder); luego mojó la punta de sus flechas en la sangre de la Hidra, a fin de darles más poder mortífero.
Hércules golpeó una y otra vez, sin descanso, viendo con horror -bueno, con poco horror, porque para eso era un héroe- cómo una vez y otra crecían sin parar las cabezas que él arrancaba con su espada. Y ya sabemos que a los dioses griegos les gusta jugar con los héroes; de esta forma, Hera, que llevaba tiempo deseando vengarse de Hércules, encontró la ocasión: hizo salir de las ciénagas dos enormes cangrejos gigantes suyas pinzas se cerraron alrededor de los tobillos de Hércules -que logró, con su inhumana fuerza, liberarse y aplastarles el caparazón.
El héroe empezó a cansarse, de forma que acudió Iolao en su ayuda con una antorcha: cada vez que Hércules arrancaba con su espada una de las cabezas de Hidra, su amigo quemaba el muñón para evitar que volviera a crecer otra. Finalmente, Hércules cercenó la cabeza inmortal (como él mismo era de la sangre de los dioses, tenía ese poder); luego mojó la punta de sus flechas en la sangre de la Hidra, a fin de darles más poder mortífero.
0 aportaciones:
Publicar un comentario