El acto de vasallaje: el señor feudal.

Juro ante el rey que seré tan fiel como un vasallo ha de ser a su señor, que seré amigo de todos sus amigos y enemigo de sus enemigos.

El rey de Germania Enrique III podía estar bastante seguro de que su nuevo vasallo, el duque de Bohemia Bretislau I cumpliría su promesa al decir estas palabras. Y es que el acto de vasallaje tenía un toque sagrado que convertía este acuerdo en un pacto superior entre dos personas libres, con compromisos que cada uno debía cumplir.

Durante el ritual, Bretislau habría puesto las manos juntas en acto de rezar y el rey las habría cogido entre las suyas. El duque entonces manifestaría su voluntad de ser vasallo, y al oir estas palabras, el rey Enrique le daría un beso de reconocimiento y confirmación. Pero no quedaba todo ahí, ya que en el mundo feudal era necesario dejar claro el compromiso que cada parte fuera a llevar a cabo.

Por eso el rey Enrique le entrega al duque un objeto como signo de la actividad sobre el feudo (una tierra, generalmente) que iba a poseer: un guante, un cetro, un bastón, un anillo,... y otro que representaría el poder sobre esta tierra: unas flores, un estandarte, un báculo,... El duque quedaba obligado a dar auxilio militar, consejo a su nuevo señor y un censo anual -poca cosa: a veces unas gallinas y algunos huevos-, a cambio de la tierra que este le entregaba en uso y el dinero para mantener sus armas y caballos.



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