Los monjes copistas.

Mis alumnos de 2º de ESO descubren asombrados estos días que fue la labor paciente e intensa de los monjes medievales la que permitió, por ejemplo, dar nacimiento en un remoto monasterio del norte de España a las primeras palabras de castellano antiguo. El monje medieval, por tanto, no es un personaje más o menos oscuro con una jornada laboral poco definible...

Así, en escondidos lugares de la Europa naciente de los ss. VIII al XII, un puñado de hombres cultos -recordemos que muy poca gente salía del analfabetismo en aquella época- se dedicaron a la copia de manuscritos que de otra forma se habrían perdido. Así, las bibliotecas monásticas se llenaron no sólo de libros religiosos, textos litúrgicos, obras teologales y vidas de santos: también de clásicos latinos de retórica, derecho, medicina, literatura general y los primeros manuales de lengua latina usados siglos después en las Universidades. Además, existía un sistema de préstamo de volúmenes entre monasterios más o menos alejados entre sí.

Los monjes copistas eran personas elegidas entre la comunidad, los más cultos, con mejor caligrafía y más cuidadosos. La copia de un único libro, así como su decoración, podía ocupar toda la vida de un solo monje, en condiciones duras de frío extremo, humedad, malas calidades, poca luz,... A veces varios monjes copiaban un mismo libro, para poder cederlo a otros monasterios. Los materiales no eran buenos: plumas de ave y pergaminos, con falsillas de carboncillo para no torcerse, pero con esta pobreza desarrollaron nuestras letras minúsculas actuales.

No sólo se trataba de copiar el libro antiguo, sino también de ilustrarlo: la primera letra de cada capítulo era adornada con especial cuidado, y también se realizaban imágenes muy minuciosas en los márgenes o en una página entera; generalmente eran de color rojo, de polvo de minio -de ahí su nombre de miniaturas o imágenes miniadas-, pero también se usaba el oro y la plata. En ocasiones, las copias y sus ilustraciones eran más llamativas que el propio original, como le ocurre al Beato de Liébana (un comentario del Apocalipsis de S. Juan, hecho en España).




  • Un monasterio medieval y la vida en él, aquí.

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