Las cuatro hijas del río Aqueloo amaban cantar, y en eso dejaban deslizarse las horas... Sus cantos atraían a marinos, espíritus y a los mismísimos dioses -por eso la diosa Afrodita les había castigado, mudando su aspecto de bellas mujeres por el de híbridos de cabeza y busto femeninos, pero cuerpo de pájaro. Para compensar, Zeus les había regalado alas.
Desde hacía tiempo las sirenas rivalizaban con las siete musas, hijas de Zeus, cuya maravillosa belleza y espléndida voz hacía que fueran siempre invitadas a los banquetes de los dioses. Las sirenas deseaban ese puesto, pero nunca las llamaban por su violento carácter. Así, un día se presentaron en una de las divinas fiestas, pidiendo a los dioses que allí se encontraban que juzgaran qué grupo cantaba mejor: si ellas o las musas. Las voces se elevaron cristalinas y puras hasta lo más alto, interrumpiendo el vuelo de las aves y los sonidos de la Naturaleza.
Los dioses, sin embargo, dieron por ganadoras a las musas, ya que su corazón era puro y cantaban por placer, mientras que las sirenas lo habían hecho para ganar. Estas se retiraron, humilladas y resentidas, a sus islas y en venganza atrayeron a varios marinos, a los que luego despedazaron.
Pero un día el Argos se acercó a la morada de las sirenas. En él viajaban numerosos héroes. Orfeo, presintió que las melodías que empezaban a escuchar desde lejos era en realidad una trampa mortal, ya que era hijo de una de las musas y había percibido el sonido de la venganza entre las voces de las sirenas. Decidió sin más hacer frente a los encantos de aquellas melodías, para evitar que la muerte se apropiara de sus compañeros: con su lira sacó sonidos tiernos y apasionados que desviaron la atención de los cantos de las sirenas, y así los marineros pudieron rectificar el rumbo del barco, alejándose del peligro.
En la orilla, las sirenas, sorprendidas, se convirtieron en estatuas, salvo una, Arténope, que huyó y se lanzó al mar para evitar el hechizo. Por la noche el mar devolvió el cuerpo inerte de mujer. Con el tiempo, su cuerpo fue enterrado y allí mismo, siglos después, se levantó la ciudad de Nápoles...
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