Un 7 de abril, pero de 1614, moría en Toledo Doménikos Theotokópoulos, más conocido con su apodo de El Greco.
Había nacido en 1541 en Candía, la capital de la isla de Creta, que por entonces pertenecía a la República de Venecia, en una familia católica; de hecho, su hermano mayor logró un importante trabajo como corsario del Dux contra los turcos.
Parece que su tierra natal se le quedó corta en cuanto destacó como pintor, siguiendo las directrices del momento (aprendiendo en un taller bizantino, siguiendo la maestría de la producción de los iconos orientales), pero también conociendo y asumiendo enseguida los modelos renacentistas occidentales que llegaban a Creta a través de Venecia. Marcha con algo más de veinte años a Venecia y Roma, siendo posiblemente admirador de Tiziano, del que aprendió sus colores cálidos y el uso del cromatismo. En la península italiana pondría en práctica con menos de treinta años algunos de sus rasgos más característicos: los escorzos, el uso chocante del blanco y el negro y las líneas ondulantes.
Llega a España en 1577, pasando un corto periodo de tiempo en Madrid, trabajando en algunas obras para el rey Felipe II, pero con escaso éxito, pues parece que al Austria no le gustó el estilo novedoso del cretense. No pudiendo acceder a un puesto en la Corte, se instala en Toledo, donde parece que tiene un hijo natural (quizá estuviera casado en Italia) y logra hacerse hueco en un círculo de amistades muy influyentes. En su taller de pintura y retablos tiene varios discípulos, y sus obras -de figuras muy estilizadas, colores brillantes y violentos, atrevidos escorzos-, se cuentan entre las más caras del momento, lo que le permitió mantener un fastuoso tren de vida.
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