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El rey Euristeo envió a Hércules a su segunda aventura: matar al monstruo. Allá fue el héroe, vestido con la piel del león de Nemea y montado en un carro que guiaba Iolao. Para obligar a la Hidra a salir de su madriguera empezó a lanzar flechas incendiarias al pantano, hasta que apareció con toda su maldad.
Hércules golpeó una y otra vez, sin descanso, viendo con horror -bueno, con poco horror, porque para eso era un héroe- cómo una vez y otra crecían sin parar las cabezas que él arrancaba con su espada. Y ya sabemos que a los dioses griegos les gusta jugar con los héroes; de esta forma, Hera, que llevaba tiempo deseando vengarse de Hércules, encontró la ocasión: hizo salir de las ciénagas dos enormes cangrejos gigantes suyas pinzas se cerraron alrededor de los tobillos de Hércules -que logró, con su inhumana fuerza, liberarse y aplastarles el caparazón.
El héroe empezó a cansarse, de forma que acudió Iolao en su ayuda con una antorcha: cada vez que Hércules arrancaba con su espada una de las cabezas de Hidra, su amigo quemaba el muñón para evitar que volviera a crecer otra. Finalmente, Hércules cercenó la cabeza inmortal (como él mismo era de la sangre de los dioses, tenía ese poder); luego mojó la punta de sus flechas en la sangre de la Hidra, a fin de darles más poder mortífero.
Hércules golpeó una y otra vez, sin descanso, viendo con horror -bueno, con poco horror, porque para eso era un héroe- cómo una vez y otra crecían sin parar las cabezas que él arrancaba con su espada. Y ya sabemos que a los dioses griegos les gusta jugar con los héroes; de esta forma, Hera, que llevaba tiempo deseando vengarse de Hércules, encontró la ocasión: hizo salir de las ciénagas dos enormes cangrejos gigantes suyas pinzas se cerraron alrededor de los tobillos de Hércules -que logró, con su inhumana fuerza, liberarse y aplastarles el caparazón.
El héroe empezó a cansarse, de forma que acudió Iolao en su ayuda con una antorcha: cada vez que Hércules arrancaba con su espada una de las cabezas de Hidra, su amigo quemaba el muñón para evitar que volviera a crecer otra. Finalmente, Hércules cercenó la cabeza inmortal (como él mismo era de la sangre de los dioses, tenía ese poder); luego mojó la punta de sus flechas en la sangre de la Hidra, a fin de darles más poder mortífero.
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