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Coco vivió en un hospicio hasta la adolescencia y dicen que no podía pasar un día sin desear morirse. Buscando la vida, trabajó en una lencería y después como cabaretera. Fue ahí, tal vez en un salón de té, donde un joven soldado con contactos la metió en el mundo de la moda y le cedió un apartamento en París; con su ayuda, Coco comenzó a darse a conocer con los diseños atrevidos de sus sombreros, sobrios y elegantes, poco parecidos a las molestas pamelas de la época.
Ambiciosa y dispuesta a tragarse toda su dura infancia, aprovechó sus contactos y amantes (pintores, cineastas, músicos y aristócratas) para abrir su primera tienda de alta costura. La Primera Guerra Mundial la pilló en medio de sus proyectos y supo aprovecharla: ofreció a las damas burguesas parisinas un nuevo estilo femenino discreto, cómodo y atrevido: chaquetas holgadas, pantalones masculinos, jerseis de punto y pelo a lo garçon, así como su conocido vestido negro para-todo (inspirado en su traje del orfanato). Coco se convirtió rápidamente en la imagen de la nueva mujer independiente y segura de sí. Dicen que incluso pudo haber colaborado con el partido nazi...
No sólo se dedicó a la alta costura, sino que también se atrevió con el perfume -Chanel nº5-, bolsos al hombro, cosméticos y joyería de fantasía -ella era una gran amante de los enormes collares de perlas. Mujeres de fama, como Marilyn, Brigitte Bardot o J. Kennedy, se convirtieron en sus asiduas clientas.
Su muerte, sin embargo, no respetó su fama: murió sola, enferma de artritis y, dicen, comida por su adicción a la morfina.
No sólo se dedicó a la alta costura, sino que también se atrevió con el perfume -Chanel nº5-, bolsos al hombro, cosméticos y joyería de fantasía -ella era una gran amante de los enormes collares de perlas. Mujeres de fama, como Marilyn, Brigitte Bardot o J. Kennedy, se convirtieron en sus asiduas clientas.
Su muerte, sin embargo, no respetó su fama: murió sola, enferma de artritis y, dicen, comida por su adicción a la morfina.
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